A Book of Hope: Prólogo


 
La humanidad: casi 8 mil millones de personas en un pequeño punto azul en el espacio. Desde esta escala, parece sencillo imaginar a nuestra especie unida, cooperando por el bienestar global. Sin embargo, la realidad de nuestra convivencia parece ser el conflicto; conflictos que rompen la unidad a todas las escalas posibles, polarizando personas alrededor de ideas, países, empresas, familias o simplemente ellos mismos. Conflictos casi siempre creados con toda intención, pero también conflictos surgidos de las mejores intenciones o perspectivas.

La historia está llena de ejemplos: La caridad por sí sola no funciona: Un estudio en Estados Unidos demostró que el envío de comida a países pobres provocaba el aumento y duración de los conflictos civiles en los países de destino. La abundancia genera codicia: El colonialismo en Africa central acentuó las diferencias entre los grupos étnicos para controlar la población y la enorme riqueza existente y cinceló el odio entre la población del país. Entre 1972 y 2003 murieron asesinadas más de 5MM de personas. En nombre del bien, se provocan desastres: En el siglo XIII, la iglesia condenó rituales paganos donde se representaba al demonio con la imagen de un gato y la sociedad respondió eliminando este animal de pueblos y ciudades. Al llegar la peste, la creciente población de ratas fue el vehículo principal de transmisión. Murieron 100 MM de personas. La política puede ser contraproducente: En 1993, las empresas de Bangladesh despidieron a 50.000 niños, después de que Estados Unidos prohibiera las importaciones de países que los empleasen. Los niños comenzaron a trabajar en factorías pequeñas, a menudo ilegales, aún mas desprotegidos. Muchos cayeron en la mendicidad o en la prostitución.

Es incomprensible. Y es que todos queremos una humanidad globalmente pacífica y próspera, pero no a costa de renunciar a nuestros intereses. Suena razonable, pero el problema es que nuestros intereses no parecen tener límite, porque siempre aspiramos a estar un poco mejor; consciente o inconscientemente, a pesar de alimentar conflictos. Como si el objetivo de lograr bienestar para toda la humanidad fuera incompatible con el bienestar individual de las personas que la componen. Es difícil resignarse a esta idea, porque nos pone frente un espejo, y la imagen reflejada no es bonita, no merece llamarse “humanidad”. La sociedad no se resigna. Innumerables instituciones y asociaciones luchan por el bien común. Pero las políticas suelen ir por detrás de los acontecimientos, mientras que el dolor y la injusticia siempre buscan nuevos cauces. Es triste; tan triste, que yo creo que la única búsqueda de paz y bienestar con garantía de éxito es la búsqueda de paz interior. Esta conclusión parece de lo más descorazonadora. Pero de hecho, creo que no lo es.

Buscar nuestra paz y bienestar interior no es lo mismo que buscar la felicidad. Todos buscamos la felicidad, y todos experimentamos júbilo y sufrimiento en el proceso; pero existe un modo de buscar que nos aporta paz interior, sintamos o no felicidad con lo que es externo a nosotros. Un modo de buscar que nos hace cuestionar lo que estamos dispuestos a hacer en el nombre de la felicidad. Y entonces sucede algo maravilloso y mágico: Lo maravilloso es que esta forma de buscar nos lleva de manera natural a evitar hacer cualquier daño; a otras personas, al entorno y a nosotros mismos; a cuidar y preferir el bien común antes que generar sensaciones efímeras, cada uno dentro de sus posibilidades y en su ámbito de influencia. Lo mágico es que, sin buscarlo, la vida parece premiarnos con una serena y duradera sensación de felicidad.

Entonces pienso: Si todas las personas nos comportásemos así, ¿No estaríamos más cerca de poder llamarnos “humanidad”?. Creo que sí y esta reflexión me llena de esperanza, porque significa que para cambiar el mundo no necesitamos una revolución o un nuevo orden político o económico; nada de eso, empieza y termina en las personas. Personas que cambian el modo de buscar su felicidad, que emanan una serenidad y paz que inspira a otras personas a sumarse; hasta que las personas sean tantas que las cosas cambien por si solas. Yo creo que es posible cambiar el mundo de este modo. Y si es posible, tengo que ayudar a hacerlo realidad.

Las ideas que conozco son sencillas de entender, pero difíciles de seguir; porque parecen ir en contra de lo que consideramos conveniente, inteligente o habitual. Son ideas simples, pero con un efecto trascendente para quienes las pusieron en práctica. Creo que la mejor manera de inspirar a las personas a aplicar estas ideas es compartir la experiencia de los que ya comenzaron a hacerlo. Quiero usar mi tiempo para encontrar y compartir estas ideas y experiencias, para inspirar a las personas a vivir de un modo diferente. Lo haré de todas las formas que se me ocurran, compilando páginas para un libro sin fin. Estás líneas son el comienzo de ese libro.

Un libro de esperanza: A book of hope

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